LORCA Y EL TIEMPO DOCUMENTAL ___________________________________________________________________________________________________
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En el manuscrito autógrafo que Federico García Lorca firmó el 19 de junio de 1936, viernes, el poeta advertía al pie de la primera página que los tres actos que comprendían su obra cumbre, “La casa de Bernarda Alba” guardaban la intención de un documental fotográfico. A lo largo de más de setenta años, el texto se ha universalizado y puesto en escena a través de diversas lenguas y culturas, detonando su simbolismo formal y la dimensión humana de unos personajes arquetípicos, a medio camino entre el carácter figurativo y el costumbrismo español heredado de la época.
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Como director de escena, mi pretensión fundamental es preservar el texto original y transportar la narración a un análisis casi embrionario de sus posibilidades, descomponer su estructura dramática y la focalización de sus temas principales (opresión/libertad, clasismo, moral conservadora), examinar la belleza de su lenguaje y dotar a las imágenes de un carácter observacional y contemplativo, donde el ambiente sonoro y plástico de cada acto se alce por encima de los diálogos y de los maniqueísmos convencionales.
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¿POR QUÉ VER ESTA VERSIÓN DE "BERNARDA ALBA"?
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Precisamente, esta búsqueda de una reproducción expresiva de la realidad a través del silencio, de la captación del tiempo real –el tiempo en escena convertido en tiempo documental y, finalmente, en tiempo argumental de la historia- ayuda a trabajar una plenitud emocional basada en lo cotidiano. Los tres actos funcionan por separado como una ventana a la que el espectador puede acercarse como testigo de excepción, prescindiendo de las elipsis internas y de las entradas y salidas de escena injustificadas, para quedarnos con una acción envolvente que se despliega en tiempo real.
Precisamente, esta búsqueda de una reproducción expresiva de la realidad a través del silencio, de la captación del tiempo real –el tiempo en escena convertido en tiempo documental y, finalmente, en tiempo argumental de la historia- ayuda a trabajar una plenitud emocional basada en lo cotidiano. Los tres actos funcionan por separado como una ventana a la que el espectador puede acercarse como testigo de excepción, prescindiendo de las elipsis internas y de las entradas y salidas de escena injustificadas, para quedarnos con una acción envolvente que se despliega en tiempo real.
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En efecto, cada acto se desarrolla a lo largo de treinta minutos de acción ininterrumpida en un mismo espacio natural, en ocasiones vacío, y otras veces concurrente de actividades diarias: las mujeres barren el suelo y preparan la comida, toman el té, cosen el ajuar, tienden la ropa, etc., y conforman en bloque una ordenación similar a la de una jornada corriente: mañana, tarde y noche. El carácter fotográfico del montaje rompe los márgenes del blanco y negro y se lanza a la búsqueda de un retrato en movimiento donde conviven las sombras, los reencuadres de puertas y ventanas, los fuera de campo y el predominio de una luz natural destilada, el único elemento que se desliza por las habitaciones además del silencio. La música que hace trascender la emoción de las imágenes a la butaca del espectador está interpretada por nueve mujeres (y actrices) que con honestidad y talento descifran una partitura compuesta de incomprensión, pudor, hipocresía, secretos inconfesables y de la esperanza y bondad que surgen como ventana a los instintos más oscuros del individuo.